Francisco implacable frente a la corrupción
Bernardo Barranco V.
Existe inquietud entre el gobierno y sectores de la jerarquía católica por los mensajes que posicionará el Papa Francisco durante su visita a México. Sobre todo inquietan las posiciones críticas que pueda expresar el Papa por los lugares que ha elegido, geografías marcadas por desigualdades, violencia, desesperanza y sobre todo corrupción. La presencia de Francisco en México convierte a nuestro país en el centro de la opinión internacional. Lo bueno y lo malo de nuestra realidad emergerá a nivel global. Por ello, la clase política ha expresado preocupación por la imagen que se proyectará de México y por los contenidos críticos que dirá o insinuará el sumo pontífice católico. La envergadura de Francisco, hay que subrayarlo, es de un líder mundial que goza de amplio reconocimiento. Por ello, la forma en que asuma sus discursos sobre nuestra circunstancia es motivo de intranquilidad. A ello responde la presencia reciente de la canciller Claudia Ruiz Massieu en el Vaticano, así como los pronunciamientos del nuncio Christophe Pierre insistiendo en que los planteamientos del Papa serán de paz y misericordia más allá de las críticas y reconvenciones. Pareciera que un sector de la jerarquía quiere una visita light, un encuentro más espiritual y armonioso entre el pueblo y Francisco. Otros obispos, incluyendo al cardenal Rivera desean una visita más rigurosa que responda a los dramas de la realidad mexicana. Las condiciones del país y el talante del Papa argentino han creado diversas expectativas, quizá demasiadas, una de ellas es el planteamiento de Francisco ante la corrupción.
El libro que acaba de publicarse, “El nombre de Dios es misericordia”, Francisco conversa con Andrea Tornelli y expone duras consideraciones sobre el actor corrupto. Dice: “Hay que hacer una diferencia entre el pecador y el corrupto. El primero reconoce con humildad ser pecador y pide continuamente el perdón para poderse levantar, mientras que el corrupto es elevado a sistema, se convierte en un hábito mental, en un modo de vida… el corrupto es quien peca, no se arrepiente y finge ser cristiano. Con su doble vida, escandaliza».
Uno de los grandes reclamos social a la clase política mexicana es la corrupción y el sistema de protección y escudos que han construido, que comúnmente le llamamos: impunidad. La corrupción política entendida como el abuso y mal uso del poder público para beneficio de un grupo, camarilla o personal. La corrupción como un mal endémico y estructural que han azotado a todo el sistema político mexicano. Sin desenfreno, sido adoptada por todos los partidos, las alternancias y diversas generaciones de políticos. La corrupción esta detrás de la violencia, la inseguridad y la protección a diversas formas del crimen organizado. Si bien hay un reclamo social ante este flagelo, la propia clase política hace ordos sordos. Causó extrañeza y hasta indignación la justificación endeble que formuló el presidente Enrique Peña. Para él, la corrupción es cultural. Y si esta patología es cultural entonces todos somos responsables porque la corrupción es de todos. Por tanto, la respuesta debe buscarse en la educación y los resultados podremos palparlos en el largo plazo con el paso de varias generaciones.
El papa Francisco, en cambio, desde el inicio de su pontificado ha prestado mucha atención al cáncer social de la corrupción. En sus homilías matutinas, ha venido cuestionando la corrupción como un pecado grave de repercusiones insospechadas en el desarrollo de los pueblos. Durante su misa del 8 de noviembre de 2013, que presidió en Santa Marta, centró su reflexión en el pasaje bíblico del administrador deshonesto, cuya viveza fue alabada por su patrón. «Algunos administradores públicos, algunos administradores del gobierno tienen una actitud del camino más breve, más cómodo para ganarse la vida.» Agregó el Papa con un tono de desaprobación: «Quien lleva a casa dinero ganado con la corrupción da de comer a sus hijos pan sucio». Por eso pidió a todos rezar por tantos niños y jóvenes que reciben de sus padres el pan sucio. «Ellos también están hambrientos, ¡hambrientos de dignidad», insistió. Esta pobre gente que ha perdido la dignidad en la práctica de la mordida solamente lleva en sí, no el dinero que ha ganado, sino la falta de dignidad», expresó.
La corrupción como alter ego de la cultura política mexicana es una excusa simplista y una salida agreste. Detrás de una explicación cultural, hay una justificación inaceptable porque enmascara la red de complicidades que los políticos en el poder van construyendo. Se solapan y se protegen entre ellos; si uno cae, todos también. Y el drama de la corrupción parece no tener fondo ni fronteras, porque reina la opacidad las complicidades institucionales. Sólo los escándalos continuos nos revelan que la corrupción es sistémica y que la responsabilidad recae en los liderazgos de la sociedad. Afrontar la corrupción es admitir, efectivamente que existe especialmente en los actores que conducen del país. Dicho de otra manera, la mayor responsabilidad recae en las autoridades, en las instituciones de gobierno, en los dirigentes políticos y empresariales y en los medios de comunicación. Esta cultura del cochupo trasmina como un virus contagioso a las familias, a las empresas, las escuelas, las iglesias y las organizaciones de la sociedad civil. El problema se agudiza con el menosprecio de los dirigentes de los partidos políticos. El caso Moreira, es un buen ejemplo.
Para Francisco la corrupción es una perversión de la forma de vida de las élites que conduce a la sociedad a perder el respeto a sí misma, se fractura el sentido de la autoridad y de la responsabilidad social. Los principales afectados son la propia sociedad así como las propias familias de los funcionarios, políticos, consejeros, legisladores, magistrados y administradores. «Y sus hijos, dice el Papa Francisco, quizás educados en colegios costosos, quizás crecidos en ambientes cultos, habían recibido de su papá, como comida, porquería, porque su papá, llevando pan sucio a la casa, ¡había perdido la dignidad! Esto es un pecado grave». Francisco advierte, primero se comienza en la corrupción con un pequeño sobre, pero después se convierte en una droga y la costumbre de la mordida se vuelve una dependencia. Sostuvo que si existe una «astucia mundana», existe también una «astucia cristiana» de hacer las cosas, no con el espíritu del mundo, sino honestamente. ¿Quién paga la corrupción? La corrupción política y económica la pagan «los hospitales sin medicinas, los enfermos que no tienen cuidados, los niños sin educación, los jóvenes sin empleos, los ancianos sin cuidados, las madres solteras; en suma, los pobres.» ¿Cómo erradicar dichas prácticas? se pregunta Francisco en su homilía de junio de 2015: “El único camino para vencer la corrupción, para vencer la tentación, el pecado de la corrupción, es el servicio; porque la corrupción viene del orgullo, de la soberbia, y el servicio te humilla: es la ‘caridad humilde para ayudar a los demás’”. Sabiendo que la corrupción es un mal endémico en la clase política, ¿el Papa se atreverá a insinuarla en México? Quizá por ello, rehusó encontrarse con los políticos en el poder legislativo.