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El riesgo de la desecularización de la política mexicana

noviembre 25, 2009
El riesgo de la desecularización de  la política mexicana

Bernardo Barranco VDe manera discreta, casi sigilosa, los congresos locales han impuesto severas sanciones contra aquellas mujeres que por diversas razones deciden interrumpir su embarazo, aun cuando sea producto de una violación; hoy suman 17 estados de la República mexicana que han extremado medidas punitivas contra el aborto.

La estrategia ha tenido tres actores centrales: la jerarquía católica y las dirigencias nacionales del PAN y del PRI. Las entidades donde se ha repenalizado la interrupción del embarazo son: Yucatán, Sonora, San Luis Potosí, Puebla, Oaxaca, Nayarit, Morelos, Jalisco, Guanajuato, Durango, Colima, Chihuahua, Campeche, Querétaro, Quintana Roo, Baja California y, recientemente, Veracruz. Precisamente, en esta entidad, José Eduardo Ortiz González, coordinador de la Asociación Ministerial Evangélica de Veracruz, con humor involuntario expresó que la decisión de los diputados locales estuvo inspirada por Dios, quien tomó el control del Congreso en defensa de la vida. Como si Dios fuera líder de las bandas parlamentarias.

Resulta inverosímil el entusiasmo protagónico que ha asumido el PRI no sólo renunciando a su tradición fundadora laicista (¡si el anticlerical Plutarco Elias Calles lo viera!), sino que abraza banderas y reivindicaciones de la más rancia ultraderecha católica. No existen argumentos razonables que expliquen la postura priísta. Nada menos que María de las Heras intenta responder en sus encuestas: Yo en lo personal, como casi 80 por ciento de los electores, no puedo creerles que lo hagan por cuestiones éticas o ideológicas, pero tampoco le encuentro la lógica electoral por ningún lado (El País, 23/11/2009).

Efectivamente, su sondeo arroja duras críticas a la postura del Revolucionario Institucional y en especial a su presidenta Beatriz Paredes, de quien, comenta, por ser mujer y presumirse liberal se podría esperar todo, menos que contemplara impávida lo que los legisladores de su partido han hecho en más de la mitad de las entidades federativas.

Hay un extraño y confuso juego de poder que, según diferentes analistas, estaría comprometiendo el proceso electoral de 2012, o al menos la postura de la Iglesia de cara a la sucesión presidencial.

En un régimen de libertades laicas, el Estado no puede impedir que una Iglesia haga valer sus principios y visiones en el conjunto de la sociedad. Ninguna sociedad que se precie de democrática puede impedir que una jerarquía religiosa ejerza su derecho a realizar lobby y cabildeos para posicionar su doctrina religiosa sobre la vida y principios con los que debe conducirse la sociedad.

Desde esta perspectiva, la jerarquía católica hace su trabajo, claramente mandatado desde Roma. Lo que un Estado laico no puede permitir es que funcionarios y legisladores antepongan su posición religiosa personal en detrimento de posturas incluso minoritarias. No pueden imponer principios religiosos al conjunto social diverso y heterogéneo.

La laicidad es un principio histórico de separación entre el Estado y las iglesias, que establece jurídicamente no sólo la clara diferenciación de poderes consagrada en el artículo 130 de la Constitución, sino que determina que el Estado no necesita de la legitimidad religiosa ni divina para ejercer su soberanía como tampoco las iglesias necesitan del apoyo gubernamental para desplegar su misión.

El Estado laico debe garantizar su principio histórico de mantenerse al margen de las creencias y convicciones religiosas, no actuar contra las creencias, sino situarse más allá de toda religión como una forma de coexistencia civilizada que se sustenta en la tolerancia. En México hasta mediados del siglo XIX se vivió en una sociedad en la cual el catolicismo era autoridad tanto civil como religiosa, una especie de república católica que fue quebrantada políticamente por movimientos liberales. Dicho proceso llevó a sangrientas confrontaciones fratricidas y a desarrollar gradualmente un proceso de secularización de nuestra cultura.

Tiene razón Roberto Blancarte al sentenciar reiteradamente en sus recientes artículos de opinión que hay una contrarreforma o acto de traición a los principios laicistas y liberales de la Constitución mexicana por parte de los legisladores. También cabe la anotación de Jorge Fernández Menéndez, quien se pregunta: Quizá somos una sociedad mucho más conservadora de lo que presumimos; probablemente se trata de que cada vez más los poderes fácticos tienen mayor poder real; tal vez es una confirmación de que los partidos y sus dirigentes no se sustentan en plataformas, sino en intereses coyunturales (Excélsior, 20/11/09).

El comportamiento de las legislaturas estatales refleja una profunda crisis de la clase política mexicana. El deterioro de su imagen, autoridad moral y liderazgo es cada vez más patente, sólo habría que ver su comportamiento en el reciente episodio en torno al presupuesto 2010 para constatar descrédito y falta de legitimidad social. Por tanto, no es extraño que se refugie en la poderosa Iglesia para encontrar, como los reyes de la Edad Media, la legitimidad divina.

Esta coyuntura nos ha mostrado socialmente que la jerarquía tiene más poder y capacidad de gestión política de lo que muchos analistas suponíamos. La jerarquía católica ha mostrado, como dice Carlos Monsiváis, músculo; la ultraderecha yunquista ha demostrado poder de cabildeo no sólo ante el aborto, sino en otras cuestiones torales como el veto a Emilio Álvarez Icaza para la presidencia de la CNDH; y la izquierda laica no nada más ha brillado por su ausencia, sino por su incapacidad de salir de sus antagonismos endogámicos. Efectivamente, la mayor penalización a la interrupción del embarazo no deseado va más allá de una revancha política o religiosa, sitúa muy bien al país que somos y la verdadera estatura de la clase política.

Benedicto XVI frente al torbellino del integrismo lefebvrista

marzo 4, 2009

Benedicto XVI frente al torbellino del integrismo lefebvrista

Bernardo Barranco V.

Para la Santa Sede ha resultado muy costosa la operación de levantar la excomunión a los obispos ultraconservadores lefebvristas. No sólo nos referimos a la repercusión que tuvo la noticia ante la comunidad judía, que en seguida reaccionó frente a la actitud negacionista del Holocausto y las cínicas declaraciones del obispo Richard Williamson. Sino que la iniciativa del Papa por llegar a una reconciliación con la rebeldía cismática de los lefebvristas ha desencadenado los más agrios reproches de diversos sectores católicos, especialmente europeos, que perciben en el pontífice un paulatino e irreversible alejamiento del Concilio Vaticano II. Existe un profundo malestar en la mayoría de los obispos franceses y numerosos episcopados del viejo continente que no han podido contener su desaprobación, como lo hizo sentir la declaración del cardenal de Viena, Christoph Schönborn, quien aseguró que el que negaba el Holocausto no podía ser rehabilitado en el seno de la Iglesia. Efectivamente, el caso de obispo lefebvrista Williamson precipitó una crisis interna en la Iglesia católica porque desabotonó, si se me permite la expresión, un malestar contenido en diferentes ámbitos eclesiales y que había permanecido latente desde el pontificado de Juan Pablo II. El fondo es el lugar del Concilio Vaticano II en el catolicismo actual, su seguimiento y su vigencia. Ya desde la entrevista, Informe sobre la fe, con Vittorio Messori (1985), el cardenal Ratzinger expresaba sus reservas a los excesos posconciliares; en Dominus Jesus (2000), el prefecto de la sagrada Congregación de la Doctrina de la Fe tuvo que ser rescatado por el papa Juan Pablo segundo por sus polémicas afirmaciones en el sentido de que las iglesias que no están en perfecta comunión con la Iglesia católica, es decir, que se mantienen unidas a ella por medio del reconocimiento a la autoridad del Papa y apego a la formas litúrgicas, no son iglesias en el sentido propio. Conviene recordar que los lefebvristas se opusieron a la hermenéutica y al espíritu del concilio, sobre todo a las innovaciones introducidas como la liturgia, sobre todo el abandono de la misa en latín, así como el decreto sobre la libertad religiosa y la nueva actitud de relación Iglesia-mundo que el concilio introdujo. Atrás de la reconciliación de Roma con los lefebvristas permanecen dos grandes interrogantes: a) hasta dónde la fraternidad aceptará el concilio más allá de su espíritu y b) hasta dónde el propio pontífice se reconoce con aquel parteaguas que los padres conciliares formularon en los años sesenta del siglo pasado. Digámoslo de otra manera, a Benedicto XVI se le percibe cada vez más alejado del concilio, lo que posibilita y facilita su rencuentro con el lefebvrismo. O bien, ¿Benedicto XVI ha ido demasiado lejos en las concesiones a los lefebvristas?, o también ¿monseñor Bernard Feilla, superior de la Fraternidad Pío X, quien ha ido más allá, con riesgo de ser cuestionado por sus propios fieles y su clero? Sus cartas a Roma expresan moderación y condescendencia ante la intransigente postura de la Fraternidad Pío X, que demandaba hasta hace muy poco la anulación del Concilio Vaticano II; en el fondo de dicha postura, según expertos, está el rechazo a los principios de la revolución francesa, la nostalgia monárquica, el galicismo y el jansenismo. El nombre de la Fraternidad Pío X es emblemático de su mentalidad, fue un papa que persiguió a los modernistas. Pío X (1835-1914) fue el que creó una organización secreta del Vaticano que buscaba infiltrados modernos en todo el mundo para reprimirlos. Además de combatir las herejías en boga del modernismo, las censuró en una encíclica llamada Pascendi (1907), estableciendo que los dogmas son inmutables y la Iglesia sí tiene autoridad para dar normas de moral. La apuesta del papa Benedicto XVI no sólo fue polémica sino arriesgada. Levantar la sanción e iniciar la reconciliación con los lefebvristas implica al menos dos condiciones que se negociaron desde la época del cardenal Darío Castrillón Hoyos, presidente de la comisión Ecclesia Dei, que la fraternidad aceptara el Concilio Vaticano II y la absoluta autoridad del Papa, así como suprimir las críticas recurrentes de la fraternidad a los pontífices. La decisión de levantar la excomunión de estos obispos se encuadra con otra serie de medidas que ha tomado, desde sus críticas al Islam hasta el restablecimiento de la misa en latín, que tanto demandaban los cismáticos restauracionistas. Sin embargo, la iniciativa de Benedicto XVI ha despertado una ola de críticas y cuestionamientos considerables, la política comunicativa de la Santa Sede ha sido errática y ampliamente superada mediáticamente por sus críticos; el Vaticano tampoco ha tenido la capacidad de respuesta y da la impresión, ante la opinión pública, de que el papa está solo. Sandro Magister, vaticanista italiano, escribe en un artículo Un doble desastre en el Vaticano: de gobierno y de comunicación: Pues en toda la situación de la revocatoria de la excomunión a los obispos lefebvrianos (sic) el secretario de Estado, cardenal Tarcisio Bertone, aunque usualmente muy activo y locuaz, se ha distinguido por su ausencia. Pero más que las palabras, han faltado de su parte los actos adecuados a la importancia de la cuestión. Antes, durante y después de la emisión del decreto. Benedicto XVI ha sido dejado prácticamente solo y la curia ha sido abandonada al desorden. En este inicio de 2009, Benedicto XVI sin duda la ha pasado mal. Sectores progresistas no han perdido la oportunidad de situarlo como un verdadero heredero del Syllabus –catálogo antimoderno del papa Pío IX (1864), que marcó claramente el inicio de una concepción de intransigencia hacia los valores propuestos por la modernidad. La identificación de un enemigo común ha sido un motor en la historia de la Iglesia que permite movilizar voluntades y un pensamiento católico fortalecido en términos de la construcción de una oferta histórica. ¿Esta visión con los lefrebvristas se verá fortalecida?

La Jornada 04 de marzo de 2009

La debacle de Marcial Maciel

febrero 9, 2009

Bernardo Barranco V.

La debacle de Marcial Maciel

 

El papa Benedicto XVI optó por el mal menor en el caso Marcial Maciel. El Vaticano le restringe su ministerio público, pero no inicia un proceso o juicio canónico en su contra, con lo que protege también a los legionarios, quienes probablemente conocían la sanción desde enero de 2005, cuando Maciel dejó de ser su director general; así, tuvieron tiempo suficiente para preparar un dispositivo que amortiguara el escándalo ante dicha medida. La resolución se antoja tibia, dada la magnitud de los monstruosos delitos cometidos entre la simulación y la colectiva hipocresía religiosa de un personaje ambivalente. Para el papa Ratzinger era insoslayable tomar una determinación, dada su anterior condición de prefecto de la Congregación de la Fe: era sin duda el clérigo que mejor conocía el voluminoso expediente de testimonios contundentes y acusaciones sólidas.

Más allá de la aparente benevolencia de Benedicto XVI, justificando la avanzada edad y el estado de salud de Maciel, el Papa protege la estructura nada despreciable y las cuantiosas obras que los legionarios han construido en los pasados 30 años. De todos es conocido el poderío económico, político y mediático que han amasado bajo el estímulo del fallecido Juan Pablo II. La estrecha amistad entre el fundador de los legionarios y el papa polaco colocó a la congregación en el cenit romano y en el centro de los entretelones del poder en el Vaticano, que le permitieron gozar de altos privilegios en los países donde detenta mayores intereses, como España, México, Chile, Estados Unidos e Irlanda. Su influencia creció, al grado de haber apostado en la sucesión pontifical por la candidatura de Angelo Sodano, secretario de Estado; sin embargo, parece que sólo fue una burbuja y, a poco más de un año de la muerte de Wojtyla, los legionarios enfrentan la mayor crisis de su historia.

Guardar silencio o prolongar la resolución del caso Maciel era insostenible. Las presiones mediáticas y el clima adverso de desconfianza y recelo que se han desatado contra la Iglesia católica -a raíz de los escándalos de abusos sexuales- a escala internacional colocaban a Benedicto XVI en una posición incómoda, porque corría el riesgo de sumarse a la complicidad y encubrimiento de que gozó Maciel en el anterior pontificado. Su autoridad y liderazgo corren mayores riegos con el ocultamiento y negación de los hechos que con las medidas moderadas. Es la opción del mal menor. Benedicto XVI es consciente del creciente entorno crítico, de la sociedad secular, que mina la autoridad moral de la institución, y de la relativización del discurso ético-religioso del magisterio de la Iglesia. Basta detenernos en términos de la cultura de masas y observar los tonos de reprobación y recelo en filmes recientes, como En el nombre de Dios, Amén, El crimen del padre Amaro, La mala educación y El código da Vinci. En todas estas películas se dibuja al alto clero con privilegios, intereses materiales propios, intrigas y abuso de poder. Por ello, la decisión de restringir las funciones ministeriales del padre Marcial Maciel fue una decisión de Estado, de la más alta prioridad.

En escueto comunicado, los legionarios expresan obediencia y serenidad para acatar la decisión del Vaticano, pero no reconocen las graves imputaciones, sino como una «nueva cruz que Dios ha permitido que sufra y de las que obtendrá muchas gracias para la legión de Cristo»; por el contrario, en el texto se advierte que esta acusación se suma a otras, «sinnúmero», de las que el padre jamás se ha defendido, pero que «él afirmó su inocencia». La sentencia es ambigua, porque el Vaticano de manera implícita reconoce las graves faltas de Maciel, sin externarlas claramente, imponiéndole una restricción que la legión acata sin reconocer culpa alguna, porque no ha existido un proceso canónico. La justificación legionaria podría sustentarse, en corto, en conspiraciones siniestras al interior de la Iglesia, como en el malévolo mundo secular anticlerical; incluso, podría suponerse el correctivo como revancha del propio Benedicto XVI, quien finalmente fue apoyado por su contraparte concurrente: el Opus Dei. Delicada la posición de los legionarios para desahogar la posición de su fundador no sólo ante la opinión pública, sino ante las propias clientelas internas que componen los patronatos y consejos directivos de sus obras, como universidades, colegios, organismos de caridad y organizaciones de animación, como Gente Nueva, o iniciativas mediáticas, como el famoso Teletón, que tanto han presumido en el mundo.

El caso Maciel delata la red de complicidades que ha cobijado durante décadas al padre fundador de la legión. En primer lugar, la propia Iglesia mexicana ante las denuncias de abuso sexual a menores; en una primera reacción, la jerarquía rechazó todo tipo de injerencias, haciendo aquella desafortunada declaración de que «la ropa sucia se lava en casa». El caso Maciel deberá remover la conciencia de muchos clérigos, principalmente la del cardenal Norberto Rivera Carrera, quien se ha distinguido como el más obstinado encubridor del padre Marcial. Recordamos desde el inicio de su gestión, cuando La Jornada publicó una saga de artículos, en abril de 1997, en torno a los abusos sexuales del padre Maciel, las reacciones del arzobispo primado fueron encolerizadas: «Hay acusaciones contra el padre Maciel. Se van a presentar mañana también en televisión, ¿qué opinión tiene de ellas?» -preguntó el reportero Salvador Guerrero. Sudoroso, irritado, Rivera Carrera respondió, volteándose para ver al reportero colocado a su espalda: «Son totalmente falsas, son inventos, y tú debes platicarnos cuánto te pagaron». (La Jornada, 12 de mayo de 1997). Ahí están aún vivas las declaraciones y testimonios tanto de Alberto Athié como del padre Antonio Roqueñí de cómo el cardenal no sólo entorpeció las indagatorias sobre los abusos sexuales de Maciel, sino que sometió a aquellos miembros del clero que quisieron ir más lejos. Igualmente, resulta reveladora la virulenta reacción de algunos empresarios para castigar a aquellos medios y periodistas que abordaran el caso Maciel. Resalta el lamentable episodio del Canal 40, que en 1997 difundió un valeroso documental que recogía los testimonios de las víctimas. En una columna titulada Bimbo en el Vaticano, de este mismo diario (10 mayo de 1997), se decía lo siguiente: «…mientras en el Vaticano se habla (en serio) sobre la posible canonización de Maciel Degollado, el Canal 40 ha preparado un extenso y minucioso documental que saldrá al aire el próximo lunes a las 22:45, pese al disgusto de la alta jerarquía de la Iglesia, de algunos miembros del gabinete de Zedillo y de ciertos sectores de la cúpula empresarial, que a lo largo de esta semana ejercieron toda clase de presiones contra la empresa televisora, mismas que culminaron, ayer viernes, con la cancelación de un cheque por más de 4 millones de pesos, por concepto de publicidad», de la empresa. Después de esta polvareda, será interesante observar el comportamiento de las clases altas y de las grandes familias vinculadas a la legión. ¿Seguirán siendo fieles, con riesgo ahora de manchar el prestigio personal?; nombres distinguidos, como Carlos Slim, Manuel Arango, Alfonso Romo, Emilio Azcárraga, Víctor Junco, Olegario Vázquez Raña, Ricardo Salinas Pliego y algún otro colado, como Pedro Ferriz de Con, entre otros. La familia presidencial, en especial Marta Sahagún, quien abrió de par en par la puerta de Los Pinos, tejiendo entramados complejos entre la caridad y la política.

Muy probablemente los legionarios serán sacudidos por una crisis severa. Habrá sectores que quieran revisar el confortable discurso teológico diseñado para la salvación de las elites; habrá otros que querrán ir a los fundamentos que dieron origen a la legión. Sin embargo, todo apunta a la negación de las faltas cometidas por Maciel, según se desprende de su escueto comunicado. En el fondo está la revisión de la sexualidad reprimida no sólo en la congregación, sino en la propia Iglesia; hay una ambivalencia entre el corpus doctrinal de la eclesial, la tradición y el deber ser con las necesidades básicas de los actores -de carne y hueso- que conforman las estructuras de la Iglesia. Hay, por tanto, una dimensión patológica de la sexualidad que se manifiesta en diferentes formas de perversión y neurosis.

La medida del Vaticano ha sido timorata. Sin embargo, es un paso importante que tanto la sociedad como los propios actores deben aprovechar y sacar lecciones. Queda por definir la relación entre el delito y el pecado. Marcial Maciel pecó, pero cometió monstruosos delitos sexuales que deberían ser pagados en los términos que marca la justicia de la sociedad. Ha cometido graves actos ilícitos que el retiro espiritual y la penitencia son insuficientes para pagar el abuso criminal que significa vejar niños. Delitos prescritos, dirán los abogados. Justicia divina, reclama la sociedad.

La Jornada,  domingo 21 de mayo de 2006

La muerte de Abascal deja huérfana a la derecha: Bernardo Barranco

diciembre 11, 2008

La muerte de Abascal deja huérfana a la

 derecha: Bernardo Barranco

Por Yuriria Rodríguez Castro

 

¿Qué vacío deja Carlos Abascal con su muerte tanto para el mundo de la fe, como para el de la política?
Carlos Abascal forma parte de una generación de católicos que añoraron una sociedad teocrática, que soñaron un Estado católico confesional y hasta de cierta forma democrático, no un Estado absolutista, no una tiranía medieval, sino un Estado confesional que protegiera la misión de la Iglesia y exaltara su labor evangelizadora. En ese sentido, Carlos Abascal forma parte de esta última punta de lanza de un catolicismo social intransigente, así se le llama, es una categoría. Es un catolicismo social porque aspira a poner un orden social…
Abascal deja a un sector importante de la Iglesia y del llamado sector conservador, huérfano, porque fue un intelectual, un conductor, un líder; y la derecha, como la izquierda, los liberales del país, no gozan de grandes líderes, no tienen grandes intelectuales, no tienen grandes sintetizadores.
Carlos Abascal deja en la orfandad a una corriente que está muy difusa dentro del catolicismo digamos…”neomedieval”; Abascal representaba el sector más erudito, más refinado. Él deja a esta derecha huérfana, que se queda con sus representantes más agresivos, más vociferantes, más caninos…
Se tiene la percepción que Carlos Abascal abrió espacios al poder eclesiástico dentro de la política, ¿con el fallecimiento de Abascal, cree que estos espacios se podrían ver reducidos?
No, yo creo que no, esa es una presencia más fuerte y vigorosa que se inaugura con el ascenso de Vicente Fox al poder y la necesidad de contar con cuadros católicos y social-cristianos, de los que ha habido una especie de invasión silenciosa en diferentes puestos gubernamentales…
Ya no estamos hablando solamente de la presencia de Luis Pazos en el poder, sino detrás de Luis Pazos, muchos discípulos; tenemos una presencia de una clase media conservadora, de la cual Abascal era uno de los que se destaca, era uno de los intelectuales orgánicos de esa gran corriente y su desaparición no creo que frene esta presencia, lo que sí puede hacer es influir en el proyecto político de la derecha.
Al irse, puede dar paso a un vacío que sea llenado por otros, por sectores más radicales, cuando digo “sector” me refiero especialmente a intelectuales de derecha, principalmente a esta derecha más vociferante…
¿Luis Felipe Bravo Mena, quien estuvo en el funeral de Carlos Abascal, podría formar parte de este sector?
Claro, ahí está él, pero también hay muchos otros, César Nava, quien probablemente tenga un espacio…pero no se ve con claridad que haya intelectuales orgánicos de derecha, más bien lo que podría uno suponer es el ascenso de operadores, como el ex dirigente del PAN, Manuel Espino, más bien es operador, colocador; son negociadores pero con un perfil intelectual bajo. Yo creo que este es el horizonte de corto plazo de una derecha que no ha tenido hasta ahora la capacidad de pulirse y de poder esbozar con cierto racionamiento un proyecto de país. Es una derecha muy atrabancada, muy poco culta…
Bernardo, sin embargo, para cuando se anunciaba el delicado estado de salud de Abascal, ya se encontraba fuera de la escena política en este sexenio de Calderón, ¿eso es un síntoma?
No, fueron movimientos políticos, la salida momentánea de Abascal no significaba su retiro de la política, significaba parte de este intento de Felipe Calderón de tomar distancia del Yunque y la gente que estaba detrás de Manuel Espino, pero las circunstancias le han obligado a volver a pactar con estos grupos; lo que se llamó la guanajuatización del PAN, no era más que la reconciliación de los sectores más ultraconservadores con la postura más sintética de Felipe Calderón y en ese sentido creo que Abascal tenía un futuro importante…
Abascal estuvo rodeado de polémicas como su relación con los legionarios de Cristo y especialmente Marcial Maciel, ¿en estos casos se mantuvo como un hombre de fe?
En el caso de Marcial Maciel, yo creo que estaba convencido de su inocencia, como lo estuvo Juan Pablo II, en ese sentido actuó en consecuencia; hay un calificativo sociológico que le queda bien, es un “católico integral”, de esos que son lo mismo en la vida interna, en la familia y en la cuestión social, es decir, hay una solidez externa e interna.
Abascal siempre estuvo convencido de la inocencia de Maciel y actuó en consecuencia, lamentablemente ese actuar en consecuencia limitó de manera muy notoria los argumentos de los quejosos y de los medios de comunicación, extendiéndose más allá, también protegió al cardenal. Es lamentable la actitud agresiva que tuvo Gobernación cuando vino este grupo que estaba apoyando al joven abusado por el padre Aguilar, fue reprobable cómo Migración entra, irrumpe y se los lleva, los saca del país, les exige una visa de trabajo; fue muy deplorable.
Hay que recordar que él fue muy congruente con lo que pensaba y no se lo guardaba. Antes del fenómeno “Aura”, seguramente lo ha recordado ahora el autor Carlos Fuentes, siendo que tuvo su mayor promoción con la censura de Abascal, la verdad sí se reeditó varias veces cuando entró como Secretario del Trabajo, Abascal recupera una vieja relación, de un vínculo que se dio en el siglo XIX entre funcionarios y obreros, entonces, la primera relación que tiene con la CTM, se despide encomendando a los obreros con la Virgen de Guadalupe, sobre todo que venían de una comuna jacobina y anticlerical, se quedaron con el ojo cuadrado cuando Abascal les da una bendición guadalupana.
El caso de las mujeres que se sintieron muy agraviadas, cuando él, en la defensa ferviente que hace de la familia, dijo que una de las causas de la desintegración familiar es que las mujeres estén yendo a trabajar; por la parte económica quería que México se restableciera económicamente, para que las mujeres regresaran a sus casas, se dedicaran a atender a la familia y a mantener la unidad y la tradición de los núcleos familiares; lo anterior también causó un escándalo tremendo, pero para mí, independientemente de estos destellos, él tuvo una acción, cuando en defensa de la objeción de conciencia y de una polémica creada por el cardenal Norberto Rivera, habla de la supremacía del derecho natural sobre el poder  constitucional, dicho por un secretario de Gobernación que en la tradición desde el siglo XIX hasta la fecha habían sido liberales, fue un verdadero escándalo, decir que por encima de la ley de los hombres, está la ley de Dios, la ley natural…
Por último, ¿Abascal es un símbolo, a través de él se podría explicar mucho de la historia de la derecha en México?
Yo creo que en Abascal, visto así en esa retrospectiva se dibuja muy bien el proceso de la derecha católica en México, no la derecha liberal, porque la hay, no, de la derecha católica. Él simboliza esa derecha absolutamente excluida ideológica, cultural y políticamente en los años 50, 60, que surge del anticomunismo. Él estaba muy joven, pero es parte de esa generación, una derecha que en los años 60 y parte de los 70 está muy en la oposición, recordando mucho las viejas glorias cristeras, para entrar desde el ámbito empresarial, desde ámbitos de la sociedad civil, desde estructuras paralelas que la fueron creando: investigación, revistas, etcétera. Así fue entrando y penetrando en la política hasta conquistarla y ser parte de ese poder.
En ese arco de tiempo que va de los años 60 al 2000, la trayectoria de Abascal refleja mucho la trayectoria de la derecha católica mexicana, que va desde las catacumbas, de una oposición sorda, oscura, poco conciliable, con un anticomunismo rabioso, a una derecha que llega al poder, se encarama en él, se enreda y pierde horizonte…

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Los laberintos de la ultraderecha católica

diciembre 11, 2008

Los laberintos de la ultraderecha católica

La Jornada, miércoles 12 de noviembre de 2008

La ultraderecha católica mexicana se caracteriza por pretender instaurar un orden social cristiano desde una delirante militancia cuyo epicentro más reciente se sitúa en la guerra cristera 1926-1929. El propósito es construir un orden social teocrático protomedieval. De ahí que los valores, la ética social y la política son su campo de lucha preferidos. Dicha derecha es heredera de lo que el sociólogo francés Émile Poulat denominó catolicismo social intransigente, es decir, su apuesta histórica no está a debate; las raíces históricas se remontan por el tajante rechazo de los valores y sistemas sociales construidos por la modernidad que se sustentan en la racionalidad, la cientificidad y el materialismo. La versión más radical del antimodernismo católico es personificada por Pío IX en su famoso Sylabus de 1864, donde evidencia la colección de errores modernos en orden alfabético.

Pablo González Casanova en su ya clásico La democracia en México alertaba con preocupación sobre la reactivación de estos grupos en 1961, que además de exaltar campañas anticomunistas, bajo la consigna: “cristianismo sí, comunismo no”, manifestaban tajante rechazo a lo que entonces llamó la “profanación de las costumbres”.

Bajo el sello de Grijalbo, los periodistas Salvador Frausto y Témoris Grecko acaban de publicar El vocero de Dios, Jorge Serrano Limón y la cruzada para dominar tu sexo, tu vida y tu país. Más que una investigación sobre Serrano Limón, es un texto sobre la derecha católica mexicana. Si bien los autores para nada se identifican con las posturas y acciones de Pro vida ni de su fundador, lo respetan por su congruencia y evitan la caricaturización de un personaje tildado de “fanático”, vehemente ultraconservador, que desde la década de los 80 es el actor más visible de la radicalidad intransigente católica. Los autores reiteran: “La diferencia fundamental entre Jorge Serrano Limón y muchos de estos personajes es de congruencia ideológica: él se presenta públicamente como lo que es, sin ocultar o moderar las actitudes que lo hacen odioso ante la opinión pública; otros, en cambio, han alcanzado maestría en el manejo de los trucos del cinismo y saben disfrazar su fanatismo y su intolerancia al presentarse ante los electores y los fieles”.

Sin un sólido andamiaje intelectual, testarudo y primario, el tenaz maratonista Serrano Limón es objeto del escrutinio de los periodistas. Analizan su vida, sus influencias tempranas y perseverante lucha contra el cáncer. Luchar es parte de su vida. Pero no está solo: ronda en las órbitas de El Yunque junto con organizaciones como la Unión Nacional de Padres de familia, A Favor de lo Mejor, Coordinadora Ciudadana, Mejor Sociedad, Mejor Gobierno, Centro de Liderazgo y Desarrollo Humano, formada por Coparmex en Chihuahua, la Acifem, por mencionar algunas de las redes.

Los autores identifican benefactores y patrocinadores en familias y personajes como Barroso Chávez, Servitje, Sánchez Navarro. Ideólogos y animadores de toda esta red: Guillermo Velasco Arzac, Bernardo Ardavin, Guillermo Bustamante. Servidores públicos y políticos como Diego Fernández de Cevallos, Carlos Abascal, Bernardo Fernández del Castillo, Alberto Cárdenas, Ana Teresa Aranda, Cecilia Romero y casi todos los gobernadores del bajío. Serrano Limón ha sido utilizado y desdeñado por estos personajes; ha sido chivo expiatorio de muchos que son tan intolerantes como él, y que reciben los beneficios políticos de su activismo, pero se resisten a aparecer cercanos a él y mucho menos a tomarse la foto con el líder de Provida.

Los autores reiteran la complejidad, tan poco estudiada de la derecha católica en México: “ni El Yunque es toda la ultraderecha ni la ultraderecha es toda la derecha. El Yunque es un actor con gran influencia en el espectro político, pero no es el único todopoderoso (…) La organización comparte e incluso disputa espacios en la ultraderecha católica con otros movimientos, como los Tecos de Guadalajara y la Unión Nacional Sinarquista; con órdenes como el Opus Dei, la Legión de Cristo, los Caballeros de Colón y los Caballeros de Malta” (p. 239).

La crisis de las tangas y los aprietos de Provida para comprobar más de 30 millones de pesos, indebidamente concedidos por Luis Pazos, arrojaron el desgaste de Serrano Limón, evidenció la poca capacidad de reacción y convocatoria frente al episodio de la despenalización del aborto en el DF, en 2007. Igualmente, advierten los autores, la discrecionalidad y corrupción imperante en el manejo de los recursos públicos que favorecen este tipo de organizaciones y personajes.

La erosión de Serrano Limón es la misma de la ultraderecha que hasta hace poco pretendía hablar en nombre no sólo de todos los católicos, sino de todo el pueblo mexicano. La derecha se erigía como depositaria de los valores tradicionales y de la esencia de la mexicanidad mestiza. Los cambios concebidos como acciones verticales desde el poder, desde la penetración a las cúpulas gubernamentales, desde las elites, son hipótesis que deben revisar los católicos neomedievales, incluidos obispos, pues la derecha se ha alejado de sus bases y ha perdido importantes batallas culturales. El México secularizado se viene imponiendo lentamente desde la cultura; los católicos mayoritarios vienen formando un nuevo tipo de familias, ante la prohibición de la jerarquía católica acuden masivamente a ver El crimen del padre Amaro; los mexicanos enfrentan los tabúes y sin culpabilidad reivindican su sexualidad y su cuerpo, desnudándose multitudinariamente, batiendo récord, frente a la catedral metropolitana. La ultraderecha está atrapada en un círculo vicioso porque ha llegado al poder y ha extraviado, como la izquierda, su proyecto. Su ideal histórico se desdibuja y se subordina a la implacable lógica del poder y de los privilegios personales adquiridos. Ante esto, Serrano Limón, tocándose la nuca, lamenta la tibieza y hasta la traición de la ultraderecha católica.