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Relaciones diplomáticas entre México y la Santa Sede

diciembre 23, 2008

Relaciones diplomáticas entre México y la Santa Sede

Bernardo Barranco V.

A más 15 años de distancia podemos constatar cambios importantes en los vínculos entre México y el Vaticano. Las transformaciones y nuevas circunstancias en ambos son notorios, más en el caso de nuestro país, que transita a jaloneos en la búsqueda de una convivencia social más democrática; el viejo presidencialismo y el sistema corporativo de partido único han obsolescido, dada la alternancia en el poder. Sin embargo, aún no está claro el camino y predomina la incertidumbre.

Mientras el Vaticano cuenta con un nuevo pontífice que guarda consonancia y continuidad con el largo pontificado de Juan Pablo II, los cambios de Benedicto XVI se notan más en la forma que en las grandes líneas programáticas de su antecesor.

Cuando el 21 de septiembre de 1992 la Secretaría de Relaciones Exteriores anunció el restablecimiento de relaciones diplomáticas entre México y el Vaticano, se cerró un farragoso capítulo en la historia del país. Quedaban atrás disputas y alejamientos con la Santa Sede que se remontaban al siglo XIX. Era el México dominado por el salinismo que quería mostrar al mundo, en vísperas del Tratado de Libre Comercio, una supuesta madurez de una nación que quería ser plural y tolerante.

Salinas de Gortari no imaginó la utilidad política de este acto, pues tan sólo un año después el confuso asesinato del cardenal Posadas contó con la paciencia y benevolencia de Roma ante este primer magnicidio que cimbró las estructuras políticas de México. Posteriormente, durante el levantamiento zapatista de 1994, el gobierno mexicano contó con el apoyo de importantes sectores del Vaticano para acotar y presionar contra el protagonismo que adquirió en ese entonces el obispo de San Cristóbal de las Casas, Samuel Ruiz. El gran operador del Vaticano fue el todopoderoso nuncio Girolamo Prigione, hombre de Iglesia que formaba parte de la elite salinista y prominente salinista en el interior de la Iglesia.

Bajo el papado de Juan Pablo II, el Vaticano ganó  de manera ascendente y progresiva mayor influencia  en la escena internacional, alcanzando niveles insospechados, dado el vigoroso activismo y carisma del pontífice. Karol Wojtyla se convirtió en un actor político itinerante de gran peso que facilitó a la Iglesia católica ganar terreno paulatinamente en la escena internacional, así como creciente influencia, que ha venido utilizando para: a) asegurar que la institución pueda seguir desarrollando su misión evangelizadora (portadora de un código ético cristiano y de un ideal histórico), y b) robustecer las condiciones materiales, económicas, jurídicas y políticas de las estructuras sociales y políticas locales (particularmente frente a los estados) que faciliten esta misión.

Después de la caída del Muro de Berlín, las críticas católicas se centraron en la dictadura del mercado y en la sociedad relativista en materia de valores, cuyo epicentro se ubica en Estados Unidos; por ello México fue un país prioritario para el Vaticano. La primera frontera católica de América del Norte fue visitada nada menos que cinco veces por el pontífice y desde aquí se presentó en 1999 la exhortación apostólica Ecclesia in America, documento preparatorio del gran jubileo de 2000 y considerado, según muchos, testamento del Papa para la región.

A  la distancia en el tiempo, las condiciones no nada más han cambiado, sino que requieren innovación tanto de percepción como en la práctica de los actores. El fenómeno más importante de la sociedad moderna mexicana es la secularización. Este proceso lo hemos venido registrando desde este espacio como  complejo y mal haríamos en simplificarlo. México y Brasil son grandes países católicos, pero ¿por cuánto tiempo?

La secularización no es sólo la pérdida de creencias religiosas ni la aparición de nuevos valores profanos o racionalistas; tampoco es sólo la pérdida de centralidad de las instituciones religiosas. El principal rasgo de la secularización en la sociedad mexicana radica en que la religión mayoritaria, el catolicismo,   está dejando de ser el factor envolvente y central que otorga sentidos y legitimidades a la cultura. El catolicismo se está convirtiendo en un importante elemento que, entre otros, permite que la sociedad se desarrolle e integre con mayor pluralidad y tolerancia no sólo en el campo religioso, sino en la cultura.

En efecto, el factor religioso mexicano se viene fragmentando a través de distintas y competitivas ofertas religiosas en un “mercado de creencias” más diversificado y exigente; esta pluralización religiosa que experimenta nuestra realidad se integra a un proceso que posibilita la aparición de modalidades religiosas como “fe a la carta”, new age, nuevos movimientos religiosos de carácter pentecostal y el ascenso de poderosas religiosidades populares como la Santa Muerte.

En corcondancia con los planteamientos del actual Papa sobre el papel de la Iglesia como “tutelar” de los valores morales de la nación, en la visita ad limina de septiembre y octubre de 2005 Joseph Ratzinger llamó a los prelados a ser un factor coadyuvante de la transición y consolidación democrática de México; afirmó que la Iglesia tenía un papel central para contribuir a enfrentar el narcotráfico, la pobreza, las migraciones y, sobre todo, la corrupción de altos funcionarios públicos.

La fórmula elegida por los obispos, desde su encuentro con el pontífice, es arreciar su postura sobre la relación entre la ética y el quehacer político. Los debates en torno a la píldora, el aborto, la homosexualidad, la familia y la eutanasia, por mencionar algunos, son temas que se convierten en materia de disputa política.

Más que ser un factor de coadyuvancia con la democracia, algunos obispos, como el cardenal Norberto Rivera Carrera, han puesto a prueba la propia transición, pues en el debate de hace algunos meses sobre la despenalización del aborto en la ciudad de México no argumentó, ya no digamos de manera sofisticada, como le gustaría al papa Ratzinger, sino ni siquiera con relativa profundidad, y en su lugar abrió las culpabilizaciones, amenazas y acusaciones.

Finalmente se tiene la impresión de que existe una disfuncionalidad entre las grandes líneas de interés del Vaticano y la capacidad real de los actores religiosos más visibles de la Iglesia mexicana. Los acentos de la relación se han trasladado en este lapso de lo político al campo de los valores y la moral, que en el fondo es una representación del orden social deseado.

EL FUTURO DEL CRISTIANISMO

diciembre 12, 2008

EL FUTURO DEL CRISTIANISMO

 

Bernardo Barranco V.

 

 

 

 

Hace tan solo  30 años se hablaba  en occidente de la muerte de Dios. Ni el cristianismo ni Dios  tenían viabilidad en el  mundo que se modernizaba,  que prescindía de las creencias  como forma de encantamiento del mundo; sin embargo ante la crisis cultural, hoy  lo religioso parece  ofrecer sentidos a la sociedad que parece haber perdido la brújula. Los sentimientos religiosos se han avivado, especialmente la espiritualidad en este inicio de siglo; en cambio  la credibilidad en las estructuras e instituciones religiosas se ha debilitado. El individualismo y la mezcla de percepciones religiosas en un mundo globalizado se antojan tendencias probables, sin embargo quizá el rechazo o la resistencia a una realidad mundializada sea el regreso a los orígenes y a las ortodoxias en la cual los fundamentalismos sean quizá el espectro prospectado o la sombra más preocupante. ¿Qué entendemos por cristianismo?. Cuando hablamos en singular, estamos hablando de aquella creencia que tiene en el centro a la figura de el  salvador que es Cristo, el hijo de Dios que viene al mundo para otorgar al hombre la salvación. El cristianismo nace del judaísmo y se expande en los primeros siglos de nuestra era entre los dominios del imperio romano, hasta conquistarlo espiritualmente en  el ciclo constantiniano.  A lo largo de más de 2000 años de la historia del cristianismo, se han derivado una serie de distintas versiones, de distintos matices,  tenemos  una enorme diversidad de  versiones, por eso es razonable hablar, también  del cristianismo en plural. Entre los más conocidos en efecto el de la iglesia católica, las diversas corrientes protestantes, específicamente el evangelicalismo que es el que más crece, el cristianismo de corte ortodoxo, algunos cristianismos de  manifestaciones orientales, entre los más importantes.  El cristianismo tiene la capacidad de enraizarse profunda y pluralmente en las culturas, por ejemplo en Africa, en América Latina antes monopolizado mayoritariamente por un tipo de cristianismo o por una de estas fe, que era prácticamente la iglesia católica pero que hoy día no es más el único actor dentro de los mismos cristianismo.

 

En términos de las prácticas religiosas se percibe una fragmentación acelerada del campo cristiano y una severa crisis     y reestructuración al interior de las iglesias instituidas, constituidas aún con las que tienen una mayor historia como la católica, están sufriendo un proceso de recomposición de sus liderazgos. La manera en que se entiende hoy el feligrés, el fiel, discierne el papel del líder si es un intermediario real o  si es un intermediario acotado entre el hombre y Dios. En suma, hay una religiosidad cristiana creciente y las prácticas religiosas se están trasladando hacia el tercer mundo, hay más anglicanos en Africa que en Inglaterra, no solo porque sean más población sino que en Inglaterra se ha  perdido énfasis misionero. Por ejemplo, hay más menonitas hoy día en distintos países de Africa que en algunas partes de Europa o en Estados Unidos o Canadá.

 

La crisis de las sociedades modernas occidentales merecen atención. Se están cayendo los valores duros, los racionalismos que prometieron un mundo desarrollado y pleno. Tanto los liberalismo como los socialismos esbozaron  una utopía del progreso sin Dios,   que a finales del milenio su balance  ha sido desastroso; los valores de las sociedades modernas secularizadas demostraron sus límites y provocaron vacíos de sentido entre los individuos. La vida interior se ha perdido. Surge la posmodernidad que todo lo relativiza y que al relativizarlo busca  precisamente encontrarse en los elementos estáticos, falta  la bisagra o el punto de equilibrio que es la vida interior, la experiencia espiritual profunda. Las respuestas entre los cristianismos a los vacíos son contrastantes,  unos se van hacia los moralismos. otros procuran al ser de emocionalidad y la búsqueda del éxtásis. La influencia, desde los sesentas de corrientes orientalistas, han colocado al  éxtasis como una experiencia de comunión con la divinidad, que muestran que hay un hambre interna, se ve en el caso de los cristianismos en el hecho de que en todos los grupos llamados cristianos, los que están teniendo mayor crecimiento sea entre los grupos católicos americanos, metodistas, bautistas, congregacionales, son los grupos pentecostales, es decir hay una pentecostalización general, del campo religioso cristiano. Su influencia se ha expandido más allá de Estados Unidos, alcanzando el sur mexicano, Centroamérica y Brasil cuya influencia se nota ya en los medios de comunicación y en la vida política de aquel país sudamericano. Mientras que en AméricaLatina, el catolicismo históricamente predominante va cediendo terreno frente a diversos cristianismos, en Estados Unidos por el contrario, debido a las migraciones, los católicos crecen con ímpetu. Otro fenómeno  de las iglesias cristianas es la  migración religiosa, es decir, la  rotación   constantemente de una iglesia a otra.  En las estadísticas de las Iglesias no hay crecimiento real sino mutación de un lugar  hacia otro.

 

El cristianismo es la religión con más adeptos en el mundo. Su crecimiento no solo es equiparable con el de la población sino que su dinamismo es mayor en las corrientes cristianas espirituales y emocionales, destacando el pentecostalismo. La diversidad del cristianismo es tal que en una misma iglesia, como la católica encontramos grupos conservadores como el Opus Dei o los Legionarios de Cristo que conviven con grupos liberacionistas. O a los progresistas metodistas que sienten verguenza por contar en su Iglesia a George W, Bush cuyo comportamiento fue calificado por sus propios ministros como  fundamentalista ahora en  guerra contra Iraq. Con las tendencia culturales por afirmar al individuo, tal diversidad corre el riesgo de la fragmentación religiosa. Más si la autoridad y la plausibilidad de las instituciones religiosas están puestas en cuestión debido al alto grado de burocratización y descrédito, recordemos el caso de la pedofilia que ha golpeado la credibilidad moral del clero católico. A pesar de todo, el milenio que nace se antoja religioso, y el cristianismo con todas sus corrientes y diversidades se percibe robusto.

 

 

 

 

 

Los laicos frente al clericalismo

diciembre 11, 2008

Los Laicos frente al clericalismo

La Jornada, 26 de noviembre de 2008

Históricamente, cuando la Iglesia está en crisis o se siente amenazada, invoca en estado de alerta la actitud misionera y evangelizadora, e igualmente demanda con urgencia mayor intervención de los laicos en la propia misión de la Iglesia.

Hace unas semanas se realizó la 86 asamblea ordinaria de la Conferencia del Episcopado Mexicano (CEM), con la particularidad de que en dicho acto participaron más de 180 laicos –por cierto, muy pocas laicas– provenientes de todo el país. Sin duda es un hecho novedoso, inducido por el presidente de la CEM, Carlos Aguiar Retes, quien se ha empeñado en poner en práctica las principales intuiciones de Aparecida en México.

En su mensaje final reconocen con realismo: “En ocasiones, el clericalismo se ha extendido tanto en laicos como en clérigos, dificultando que la identidad laical sea realmente reivindicada y proyectada en todos los ámbitos de la vida social. Por esa razón… los fieles laicos han de ver en la participación política un camino arduo, pero privilegiado para su propia santificación”.

Coincidentemente en Roma, casi al mismo tiempo, el papa Benedicto XVI recibió en audiencia a los participantes en la 23 asamblea plenaria del Consejo Pontificio para los Laicos con el tema Veinte años de la Christifideles laici: memoria, desarrollo, nuevos desafíos y tareas.

Es interesante constatar que en su discurso resaltó “la necesidad y la urgencia de la formación evangélica y del acompañamiento pastoral de una nueva generación de católicos comprometidos en la política, coherentes con la fe profesada, que tengan rigor moral, capacidad de juicio cultural, competencia profesional y pasión de servicio hacia el bien común”.

Sin duda, el pontífice expresa también preocupación por la creciente clericalización de los laicos europeos que suplen la ausencia y envejecimiento del presbiterio. Me impresiona el caso alemán, en el que por cada 100 sacerdotes en activo hay 60 laicos, certificados y bien remunerados por el episcopado, con encomiendas pastorales. Mientras que en América Latina, ante el temor de la politización, desde los años 70 los laicos fueron sometidos a la disciplina, al centralismo autoritario de las jerarquías, o a la exclusión.

En México, históricamente la presencia de los laicos ha apoyado e impulsado a la Iglesia en periodos críticos. Recordemos cómo en el contexto del porfiriato, en el ocaso del siglo XIX, a través de los círculos de estudio jesuitas, la obra católica en hospitales, en la educación y la asistencia fueron posicionando nuevamente a la estructura eclesiástica que había quedado muy minada a partir de la guerra de Reforma.

La Acción Católica fue sin duda el instrumento más valioso que la Iglesia encontró para articular, concentrar y disciplinar la fuerza de los fieles.

Acción Católica tiene sus raíces en el siglo XIX, pero es formalizada en 1922 por el papa Pío XI; fue la organización de tejidos vivos que permitió a la estructura católica sobrevivir a la hecatombe político-militar que dejó la guerra cristera, por las siguientes razones: 1) La reagrupación de todas las fuerzas laicas del catolicismo significa su recomposición ante el desgaste que sufrieron durante el conflicto que fue de 1926 a 1929. 2) La centralización del catolicismo en una sola organización asegura mayor control bajo la conducción doctrinal de la jerarquía a la acción social, política y pastoral del laicado. 3) La actividad pastoral mantiene intactos los planteamientos intransigentes del catolicismo social: instaurar “el reino de Cristo”. En los años 50, la Acción Católica llegó a tener una membresía que rebasaba medio millón de militantes; de ahí surgieron cientos de vocaciones y el PAN no puede explicar su existencia sin esta plataforma organizativa.

En este inicio del siglo XXI, la reunión de Aparecida 2007 pone sobre la mesa la crisis cultural de la Iglesia católica. Ante los cambios culturales, la Iglesia juega al autismo civilizatorio encerrándose en sus verdades tradicionales. Sin capacidad de réplica, amenazada como nunca por nuevos movimientos religiosos que avanzan inexorablemente por audiencias, especialmente populares, que cimbran el histórico monopolio católico. Ante la crisis de la Acción Católica, la Iglesia no ha encontrado fórmulas pastorales efectivas ni claras hipótesis de evangelización, y más bien ha venido sumando propuestas prometedoras que pronto quedan en el camino y en el fracaso.

Quedan temas candentes, para empezar el creciente papel de la mujer en la sociedad, incluyendo su ministerialidad tan temida; por otra parte, el lugar que debe darse a los diáconos laicos en el seno de las comunidades cristianas; recuérdese la penosa negativa del Vaticano a la ordenación de diáconos indígenas. Igualmente, la necesidad de una pastoral de la inteligencia que sacuda la desesperante mediocridad de los pensantes que se contentan con repetir las fórmulas y los lugares comunes gastados de la doctrina católica y que están lejos de responder a una realidad en permanente mutación.

El título del artículo de Felipe Arizmendi, obispo de San Cristóbal, “Sin laicos no se puede”, ilustra la preocupación de los altos prelados por encontrar nuevas rutas y certeras presencias en la sociedad. Muchos obispos esperan nuevas y duraderas “síntesis pastorales”; sin embargo, la cambiante realidad tecnológica y de mercado complica las más audaces hipótesis religiosas.

Los jóvenes, a pesar de las grandes movilizaciones provocadas por los papas, sienten poco atractiva la oferta católica. Gran parte de los fieles laicos prefieren las ONG y las organizaciones de la asistencia privada que participar en el rancio asociacionismo católico. Juan Pablo II se equivocó: su centralismo clerical y su favoritismo por movimientos de elite, como Comunión y Liberación, Opus Dei, Focolares y Legionarios, que terminaron por encerrarse en herméticas burbujas de clase con escaso impacto social, han provocado, en parte, esta debacle pastoral y que la cuerda debilitada hacia los laicos se esté consumiendo.

link Jornada

La Jornada: La Iglesia ante la pena capital

diciembre 11, 2008

La Iglesia ante la pena capital

 

El gobernador de Coahuila, Humberto Moreira Valdés, con el respaldo de legisladores locales del PRI y del PVEM, aprobaron el 3 de diciembre una iniciativa para restablecer en la Constitución Mexicana la pena de muerte para secuestradores. Esta iniciativa será turnada al Congreso de la Unión y ha desencadenado las más diversas y encontradas posturas de instituciones y actores políticos.

Una de las oposiciones más visibles contra dicha iniciativa proviene de sectores mayoritarios de la jerarquía católica, la Conferencia Episcopal Mexicana (CEM) llegó expresar que el gobernador de Coahuila es un “católico que no supo aplicar su creencia en su práctica profesional” y como fiel “no estaría dentro de quien se dice un discípulo” (El Universal, 04/12/08). Sin embargo, no todos los obispos piensan igual.

Ya desde septiembre de este año el obispo de la diócesis de Piedras Negras, Alonso Garza Treviño, señaló: “La Iglesia ya no está del todo en contra de la pena de muerte, porque está viendo casos de violencia extrema y, tras dialogar, ha determinado como necesaria esta alternativa para ponerle fin a ciertos casos”.

Igualmente, el obispo de la diócesis de Nezahualcóyotl, Carlos Garfias Merlos, expuso que la Iglesia católica acepta en casos graves la pena de muerte: “la Iglesia, en un momento dado, acepta, en el caso de delitos graves, como es el secuestro, las penas más fuertes, como puede ser la cadena perpetua, o también la pena de muerte”. Estas discrepancias en el interior de la jerarquía católica contradicen radicalmente el discurso, local y de la propia predica del Papa, en torno a la defensa de la vida que esta misma jerarquía protagonizó tan sólo unos meses atrás en contra de la despenalización de aborto en el Distrito Federal y contra la eutanasia o la muerte asistida.

Existe una tensión doctrinal: mientras, por un lado, se defiende la vida desde su concepción hasta la muerte natural, por otro e históricamente la enseñanza y práctica tradicional de la Iglesia ha legitimado la ejecución de personas encontradas culpables de graves delitos.

Efectivamente, el análisis histórico nos indica que la Iglesia justificó jurídica y teológicamente, durante siglos, la pena capital. La aceptación de la pena de muerte para una amplia variedad de crímenes fue una práctica heredada del sistema legal cuando el cristianismo se imbricó convirtiéndose en la religión predominante del imperio romano a inicios del siglo IV.

Muchos historiadores sostienen que en la medida que los intereses terrenales y geopolíticos de la Iglesia se acrecentaban, el recurso a la fuerza física también crecía en favor de los asuntos eclesiásticos, especialmente constreñir a los grupos heréticos. Esta sacralización de la espada facilitó el camino para que el papa Urbano II emitiera su llamada a una Cruzada en 1095, idea sin precedente en el pensamiento cristiano anterior. Así fundió la tradición del peregrinaje a Jerusalén con la noción de “violencia pía”, avalando la idea radical de que la guerra podía ser una forma devota de hacer penitencia cristiana.

En plena Edad Media, siglo XII, los cristianos habían aceptado ampliamente el derecho del poder civil de dar muerte a los que hacían el mal; el papa Inocencio III (1160-1216) condenó a muerte a ciertos herejes y blasfemos. Santo Tomás de Aquino (1225-1274), el teólogo más destacado de la historia cristiana, hizo su contribución sobre el tema en su Summa Theologiae, haciendo analogías como la validez de sacrificar animales y bestias al servicio del hombre. Invariablemente, se debe amputar un miembro podrido o corrupto, para el bienestar de los demás miembros y de todo el cuerpo; por lo tanto, es laudable y saludable extirparlo.

Una persona es miembro de toda la comunidad, como parte de un todo; por consiguiente, si un hombre es peligroso para la comunidad y es un elemento corrupto por el pecado, entonces es lícito darle muerte para preservar el bien común (s.th. 2-2, 64, 2).

Recordemos la historia de la Inquisición y las ejecuciones sumarias a los enemigos de la fe, incluso ni grandes reformadores del cristianismo como Lutero y Calvino escapan al uso y justificación de la pena de muerte. Hay tres casos en que es permitido el uso de la violencia cristiana: a) en caso de legítima defensa; si uno no tiene otro medio para librarse de un injusto agresor que atenta contra su vida o contra la del prójimo; b) en caso de guerra, siempre que ésta sea justa, y c) en la aplicación de la pena de muerte dictada contra un criminal por la justicia pública.

Desde el siglo XIX, pero en especial en el XX, las cosas cambiaron. La afirmación del individuo como sujeto social y de los horrores por la extrema violencia de las guerras del siglo XX como el holocausto nazi, la destrucción masiva atómica, la limpieza étnica, la matanza en los campos, dieron nacimiento a la promulgación de la carta de la Declaración Universal de los Derechos Humanos como una iniciativa concertada entre las naciones para preservar la civilización. Sin duda Juan XXIII es el traductor en la clave católica de los derechos humanos en la Iglesia, bajo el espíritu conciliar lo plasmó con su famosa encíclica Pacem in Terris (1963).

A pesar de que aún existen residuos sobre la pena de muerte y de la guerra justa, se pueden rastrear éstos en el catecismo de la Iglesia católica. Juan Pablo II fue más tajante en dicha ruptura y son claros sus diversos pronunciamientos, aunque en la encíclica Evangelium vitale, 1995, deja una puerta abierta:

“La medida y la calidad de la pena deben ser valoradas y decididas atentamente, sin que se deba llegar a la medida extrema de la eliminación del reo salvo en casos de absoluta necesidad, es decir, cuando la defensa de la sociedad no sea posible de otro modo. Hoy, sin embargo, gracias a la organización cada vez más adecuada de la institución penal, estos casos son ya muy raros, por no decir prácticamente inexistentes”.

Sobre el debate actual, el Vaticano ha indicado su rechazo a la medida, lo que muestra en el caso de la pena de muerte que la inmutabilidad de la doctrina católica no sólo no es absoluta, sino dinámicamente cambiante en la historia.

Bernardo Barranco

bernardobarranco@hotmail.com