Bernardo Barranco
- 2011-04-28•Acentos
La identificación entre Juan Pablo II y el pueblo mexicano fue total desde la primera visita a inicios de 1979. Probablemente las simetrías entre México y Polonia contribuyeron a una conexión muy evidente con el pontífice que en unos días será elevado a los altares, en Roma, como beato.
El propio papa reconoció que entre México y Polonia había similitudes: los dos países muy católicos y marianos (Częstochowa y Guadalupe), ambos pueblos vivieron bajo regímenes autoritarios y hasta anticlericales, sobre todo el modelo socialista polaco que excluía lo religioso como referencia.
Ambos países colindaban trágicamente con imperios, los polacos con el ruso y nuestro país con el imperio norteamericano. Por ello, sin ningún empacho el papa Juan Pablo II adaptó un slogan referencial en su natal cultura a nuestra realidad: “¡México siempre fiel!”
La comunión entre el pontífice y nuestra cultura fue intensa. Tan sólo en las dos primeras visitas, el papa movilizó cerca de 20 millones de personas en cada una de ellas. Aunque eran épocas de acarreos masivos el fenómeno de convocatoria de Karol Wojtyla no tuvo ningún precedente en la historia de nuestro país.
Además México fue el tercer país más visitado, después de Polonia y Francia, con cinco visitas. Y en cada una de ellas, el comportamiento de los medios electrónicos de comunicación fue de embelesamiento y reconocidos personajes mediáticos pasaban a convertirse en televangelistas católicos.
Las transmisiones de los medios masivos electrónicos, basaron sus coberturas en el engrandecimiento extremo del personaje, exaltando sus virtudes heroicas y la reciedumbre de su fe. Igualmente los grandes medios recurrieron a la exacerbación de la emoción en extremo, llegando a muchas veces a fórmulas patéticas y a la sobre adjetivación de la misión espiritual del Papa. México fue testigo en un cuarto de siglo, de la mutación del papa atleta de dios al anciano patriarca que llevaba a cuestas el dolor y la cruz de la enfermedad.
Pero no todo fue comunión sentimental ni lazos afectivos. México ocupó un lugar central en la geopolítica del pontífice hacia la región.
Juan Pablo II, cuestionó el “latinoamericanismo católico” e impuso una visión continental globalizadora cuya identidad no fluctuaba en torno a la cultura sino en torno a grandes problemas que se presentan tanto en el norte como en el sur del continente y que requieren respuestas sociales comunes.
¿Cuáles son estos problemas? A manera de ejemplo, los modelos económicos diseñados por los tecnócratas del norte y sufridos por las poblaciones en el sur; narcotráfico, la corrupción, la lacerante pobreza del sur y las corrientes migratorias hacia el norte.
En materia de lucha por los mercados religiosos: las mal llamadas “sectas” religiosas que nacen en el norte y se expanden amenazadoramente en el sur.
Por todo lo anterior, México fue para Juan Pablo II, un país clave. Puente entre América del norte y América del sur. Con su religiosidad popular fuertemente arraigada en la virgen Guadalupe nuestro país es la primera frontera y muro de contención de los movimientos religiosos del norte.
Contención y contra ataque, pues la devoción guadalupana, a través de la migración, es una de las más activas y en plena expansión en los propios Estados Unidos, al grado que Carlos Monsiváis, recién fallecido protestante, no dejaba de admirar las procesiones guadalupanas en Manhattan, muy cerca de Wall Street.
Es paradójico que México siendo un país admirador en extremo de Juan Pablo II sea, al mismo tiempo, el lugar de donde surgen los cuestionamientos más severos a su beatificación, sin duda, por el encubrimiento y apoyo a las perversidades de Marcial Maciel y la expansión económica de Los Legionarios de Cristo, expediente que aún queda pendiente.